miércoles, 21 de febrero de 2018

Maquinación


La rutina se rompió. Un proyectil de sonidos. Un acueducto de trompetas chirriantes llegó con el correo. Yo quería una cajita de música, que saliera de sus entrañas una sílfide o cuando menos el lago de los cisnes. Nada, gasté mi salario bisiesto para esta estrambótica máquina. Leo el instructivo como si fuera la entrada a una gruta imantada. Mis oídos servían de ataúd a tal espanto. Me siento en una dualidad funesta. Regateo la decisión de tirarla a la basura y con ella mis dineros. No hay garantía, el mecanismo funciona pero la música es un borbotón de infamias.
Llorosos, me interrogo dónde quedó la fragancia de un Tchaikovsky. Esta tarde inválida veo pasar el cuerpo rígido de mi infancia con su pálido rostro. Un coro de fantasmas me invade. Me conviene decir que lo compré confiado, naturalmente, el vendedor parecía honesto. Con este licor dulce de manzana en el cuerpo y el martillo en la mano, doy el definitivo golpe a este relincho maquinal.
Prometo no volver a escuchar a los merolicos. Haré voto de silencio.