jueves, 12 de febrero de 2015

Estación de espera


El reloj se mira en lo alto. Puede enmarcarse en una ciudad o en otra. El hierro forjado me recuerda el Palacio de Correos en la Ciudad de México. No hace mucho tiempo que las manecillas marcaban sin embarazo, la sorpresa de estar al mismo tiempo en una geografía memoriosa. Cierto, nunca salimos del cuerpo y nuestro reloj interno llena el espacio, aunque no sepamos reconocer su tic tac. No son los latidos lo que asusta, ni lo extraño que nos parece tener el mismo sonido de en todas las geografía. Mirar el reloj en otra ciudad quizás, las imágenes del trayecto se queden fuera y sólo algunas hacen flash para dejarnos habitar el momento. Sabemos leer los números: romanos, arábigos, pero, el tiempo que representan se acumula como esas rocas del Gran Canyon. Puedo explicar casi todo -falacia alentadora- lo que significa mirar un reloj en la estación de trenes. O llegamos o partimos; esperamos o despedimos, todo al mismo tiempo, no importan los años que pasen, siempre hacemos lo mismo: inquietarnos. No es casual que pensemos que las cartas o el mail pueden quitar la fugacidad, al poder verlas una y otra vez como signos fijos. En millas o kilómetros los día son nuestro territorio. Recuerdo que una tía que, literalmente se la llevó el tren, tenía un pañuelo azul perfumado que olía a cada momento para mitigar el desapego. Viajar, es un arte difícil. Esperar, un oficio burocrático. Cada vez que nombramos, evocamos una casa o al menos un lugar donde los objetos significaban compañía. Las horas se invierten y antes de movernos ya hemos viajado a nuestro destino. Relámpago inaudible entre el silbato del tren. Así, con destellos en los ojos buscamos el andén correcto, comprobamos el rumbo y nos sentamos revista en mano a que el movimiento real nos invada. Inmóviles, los otros, los que se quedan, sostienen nerviosos las mirada como si dejasen para mañana el olvido. Volvemos a mirar al reloj y comprobamos que ha llegado el inicio de un trayecto. Nos dejamos llevar, aunque sepamos que en nuestro bolsillo, un fósil de horas es nuestro equipaje.

Fotografía: Reloj de la Estação Ferroviária de Porto-São Bento. Portugal