miércoles, 11 de diciembre de 2013

Carta de amor de Henrique a su amada Graciela


Me bebo tu amor en jarro y tus ademanes de culebra se confunden en tu cuello de gansa. El tiempo que se moja en tu falda, lo exprimo hasta que llena la escudilla. La mugre antigua sale en pequeñas tiras dando muecas de limpieza. Eres soberbia y desde que te conozco, cuando corría la ceja del año de 1987, mi libertino aliento se quedó atrapado en tu arpillera.

Quería hablarte en verso pero en mi arbitrio gana la prosa y cada momento de mi pulso se me adueñan otros soles. Eres desdeñosa y altiva y mi sangre queda taciturna, desquiciada como el que muere en el muro, al son de la metralla. De tu dudoso traje sastre logré descubrir este incurable apego a tus pechos. No te rías que es descaro. En el frenesí, uno elige. Tiene que elegir antes de que este afán se retorne a hueso. ¿No escuchas el tití de las esferas?  Tenías que ser mestiza de vientre y sólo te gusta el grano de maíz desgranado que cae en su pran pran sobre el suelo.

Me atengo a los viernes para sentirme hombre, cuando tu eléctrico mirar llene este tarro incurable del hastío. Tus ancas esdrújulas me hechizan y me hacen sentir lo que debe ser la eternidad cuando se piensa. Pendenciero, me cuelgo a lo largo de tu grácil nombre de gacela. Se me frunce el deseo cuando te siento indiferente con esa pose egipcia, andaluza o purépecha. Por eso, en el prepucio de la tarde entro de golpe a la desolación. No me importa quedar sentado frente a tu puerta para ver el chorro de tu desnudez salada. En este abismo de orgasmo y con el vaticinio escrito en la frente, te confieso que es la última carta que te escribo. Pasaré a la acción, y el tacto lascivo será histérico y transitaré al verso para ver si así, alcanzo la cantera de tu carne y cubrir con mi cobija los envites de tus noches.


Sergio Astorga Acuarela/papel 40 x 50 cm.