miércoles, 22 de septiembre de 2010

Te respondo Juan II

Gemma me lo ha dicho: que vislumbras la posibilidad de visitarme, Juan. ¡Una inmensa alegría me recorre solo de palpar esa posibilidad! Ha sido una larga lidia en donde yo he fracasado por perderle la cara a la situación, acobardarme y brincar las tablas. Mis miedos a dar el paso, mi pánico escénico, esa manera mía de sabotear la felicidad. Arrastro un pasado con mala nota de tienta y no me lo puedo quitar de encima. -Muletazos de castigo tienes que dar para defenderte de la mala leche- me decías cuando te dabas cuenta que mi familia me maltrataba. Yo te culpaba. No entendía que no puede uno ser parida todo el tiempo como si nunca tuvieras libertad. Uno se acostumbra al castigo y manda un gañafón con el primero que se pone enfrente. El primero eras tu y hacías la suerte del Tancredo, sin moverte, esperabas que pasaran mis furiosas embestidas. A veces, y no te culpo, dabas un cuarteo y me ponías unas palabras que parecían banderillas de fuego. Me dolían y mucho, pero ahora sé que estaba codiciosa y no dejaba reponerte. Por eso cuando me dijo Gemma que podías venir, ha salido el sol en mi plaza. No se lo he dicho a mi madre, ya lo sabes, ella te odia porque compite conmigo y piensa que yo tengo que estar en el corral pastando y rumiando mi desgracia de mujer. Ahora comprendo cuando me decías que el triunfo o el fracaso depende del dominio de la situación; que no todo es torear bonito, que se pasa mucho miedo, que se traga mucha angustia y que la faena la tienes que hacerla sola y si es posible en el centro del ruedo. Ahora sé que uno debe querer a un hombre que se planta enfrente del peligro y que esta dispuesto a hacerte el quite con su propio cuerpo para salvarte. Ahora no se que hacer. -Uno tiene que aprender a tiempo - me explicabas simulando un pase natural- el toro te avisa cuando te va a dar la cornada, es un acto de nobleza, te avisa dos veces y si no lo atiendes te mete el pitón sin piedad. Todavía no aprendo, por eso tengo el alma llena de cornadas.
Por eso me vine al mar porque aquí me pierdo, me hipnotiza el horizonte y parece que mis recuerdos pueden estar libres de mis propios reproches.
Te respondo Juan. Te recuerdo. No supe ver lo que intentabas, lo que me querías. Yo pensé que me pretendías aislarme de mi manada y no era así, querías enseñarme sangre nueva, noble y fina.
Te recuerdo Juan y no te culpo si no vienes. Aquí te imaginaré de torero marino encerrándote con seis mozos de agua.
Gracias Gemma y dile a Juan que ahora todos los chocolates ya son de él
Sergio Astorga


Acuarela/papel 20 x 30 cm.