sábado, 22 de agosto de 2009

Inscripciones

“Una mujer, un hombre, a veces muchos, quieren inscribir su trascendencia, la piedra es declarante de este vicio. Siglo contra siglo creció el símbolo, el signo, la palabra y la voz alta para reconocerse y confundiese.
La palabra hizo residencia, como aquel pájaro que lleva rama a rama, perseverante, la construcción de su mundo. Pico a pico su vuelo tiene algún sentido, y la luz es blanca y descifrable. Así es la trascendencia: un sentido fugaz, pletórico, enfermizo”.
Era de noche, mis hermanas y yo, caminábamos por la calle de Madero rumbo al zócalo mirando el rojo tezontle de esta ciudad de México que no se muere aunque la maten, cuando al llegar a la gran plaza, las torres de la catedral parecían dos destinos en ruinas, una de mis hermanas, la más joven se aferró a mi brazo y me señaló una extraña caja de madera, mi otra hermana, mas intrépida ya la traía intrigada entre sus manos. Decidimos caminar rumbo al café Tacuba. Nos sentamos y pedimos café con leche. Encarnada con su joven superstición daba sorbos nerviosos a su café y la otra, inquieta me reprochaba silente mi desidia.
Sobre la mesa una caja de cedro de buen barniz color solferino y con la simpleza ornamental de sus líneas rectas guardaba, envuelto en terciopelo negro, una tabla roja con inscripciones, mi hermana la mayor, hábil como siempre ha sido para interpretar signos, nos dijo que era una especie de mapa, en sus palabras: cartografía de un viaje íntimo, es una descripción de signos gráficos y signos léxicos que aparentemente no tienen conclusiones, solo alusiones al acto de nombrar y de inscribir. Mi hermana menor con el relajamiento en sus pómulos empezó a tocar la tabla roja y le pidió a mi hermana que tradujera lo que veía puesto que ella solo advertía monitos y formas inentendibles.
Con seguridad comenzó a leer o a interpretar o adivinar lo que veía:
“Así como se orada la piedra al golpe del estilete o el relámpago, voces, pregones, suplicas, cuerpo que es anima, que golpea sentidos, que machaca tiempos, ideas y esas urdimbres de desastres y destinos, todo en piedra, en la mandíbula tiesa del pasado”.
“Así como el fuego que incendia la primera vez, el signo y la mano sobre el montón de huesos, en la sublimación del sentido, de la exclamación de la brasa que sigue quemando la procesión de nombres.
Así al medio día la obstinación no acaba nunca, dichosa el agua que no cicatriza en piedra.
Hay que aprender a despedirse.”

Salimos del café y nos perdimos por el centro histórico, la vegetación de piedras nos acompaño hasta que llegamos al zaguán de nuestra casa. Mi hermana joven corrió hacia al cuarto de baño y mi otra hermana llevaba la caja como reliquia y se metió a su cuarto sin decir palabra. Como un dolor de visera entré a mi habitación con un eco interior, tendría que comenzar de nuevo a inscribir otra tablilla.
Sergio Astorga
tinta china/madera