martes, 26 de mayo de 2009

Amarillo I 40

Andar también es perseguir la sombra que nos precede, de todos los que pasaron, una manada de ojos, y muchos nombres que se enturbiaron con distancia y pensaron llegar a su destino. No querían saber que el tiempo es el círculo que vuelve, que regresa y astilla la ceremonia de los huesos que aquí están enterrados bajo ésta línea recta, porque aquí también paso la espada y se agrietaron los rostros en este cuerpo raso de Amarillo.

Frugal desayuno y ánimo fresco nos alejaron de Santa Rosa, volvimos a retomar la Interestatal 40 Este con rumbo a Tucumari, para después dirigirnos a Amarillo en el estado de Texas. Pasamos de largo, sólo una flecha blanca y el nombre nos indicaban que Tucumari sería la última población relativamente importante de Nuevo México y entraríamos al estado tejano. Al entrar a Texas tuvimos que adelantar una hora el reloj. En Los Álamos tenemos la hora de la montaña y en la zona del centro tenemos una hora de diferencia y al llegar a Tennesse tendríamos dos horas (hora del Pacífico) en relación al punto de salida.
La ciudad Amarillo, gracias al ferrocarril y a sus condiciones geográficas es un gran centro ganadero tanto de producción como de comercio. Desde finales del siglo XIX, todos los vaqueros llegaban con su ganado para ser comercializado.


El nombre de Amarillo se debido a la cercanía con el lago Amarillo y a las flores que crecen indiferentes a su nombre y colorido.
Enormes praderas que se motean con puntitos negros y castaños, y que poco a poco se van convirtiendo en largos cuernos y anchas ancas indecorosas al los olisqueos del toro.
Grandes y poderosos ranchos se extienden por toda el área; se percibe desarrollo y opulencia, sólo por la extensión de las tierras cultivadas, nosotros seguimos esta intensa línea de la Interestatal 40 y sólo podemos fantasear el cuerpo rico de las fincas.
Esta ciudad es también “La capital del Helio del mundo” al ser una de las regiones más productivas de éste elemento.
A todo galope seguimos de largo sin entrar a la ciudad, y a los lados de la ruta podemos constatar los grandes centros comerciales y esbeltos edificios con sus cristalizados modales que contrastan con algunos graneros de madera abandonados a su erosión a lo largo de la carretera. Sin embargo, en ésta desbocada carrera por la ciudad que fue llamada la “Rosa Amarilla de Texas” tenemos esa sensación de pisar tierras que esconden una entrañable y fatídica historia y que estas praderas y el polvo que se levanta no nos son ajenos. Por aquí también pasó la espada, la cruz y el sincretismo.
Pánfilo de Narváez famoso por su gusto a los atropellos y masacres con los naturales de las tierras conquistadas, comienza su colección de aventuras sangrientas en la isla de Cuba, Fray Bartolomé de las Casas da testimonio de sus delicadezas. En 1518 cuando Hernán Cortés desobedeciendo las ordenes del Gobernador de la isla, Diego Velázquez, zarpa a la conquista de lo que será México, Pánfilo de Narváez es enviado a seguirlo con instrucciones de traerlo vivo o muerto. Al llegar a la Villa Rica de la Vera Cruz es hecho prisionero por
Cortés. Al ser liberado después de dos años regresa a España y el Rey Carlos I lo comisiona para conquistar la Florida con el título de Adelantado. En 1528 llega a la Florida y se interna al territorio en busca de la mítica ciudad del oro, al no encontrarla construye unas barcas y en el delta del Missisipi naufraga, muere y sólo sobreviven Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el esclavo bereber Estebanico, probablemente el primer africano en pisar lo que sería Estados Unidos. La primera obra literaria que narra sobre el suroeste Americano es "Naufragios" de Álvar Núñez.
El naufragio ocurre en la isla de Galveston, frente a la costa de Texas y comienza su odisea de ocho años como uno de los primeros europeos en poner pie en el Oeste.




Sabedor de estas historias, Francisco Vázquez de Coronado, natural de Salamanca, España, emprende una expedición en búsqueda de Cíbola la mítica ciudad de oro. Este mito se originó en 1150 cuando los moros conquistaron Mérida, los siete obispos huyeron con las reliquias religiosas y sus tesoros para fundaron siete ciudades que con el paso del tiempo llegaron a tener grandes cantidades de oro.
Este mito revivió en el Nuevo Mundo, Narváez fracasó, pero la ambición tira más que una yunta de bueyes y en 1540 al mando de Francisco Vázquez Coronado, 300 españoles y 1000 naturales, se dice que en su mayoría tlaxcaltecas, recorren sin éxito un basto territorio sin encontrar la mítica ciudad. Vázquez Coronado regresa y muere en la Ciudad de México. Surge de inmediato la pregunta, qué suerte corrieron esos 1000 naturales, muchos morirían, pero muchos quedarían afincados dejando en estos planos amarillos la simiente de costumbres, de comida, de creencias, de idioma, en ésta relación que no acaba de ser asimilada y que corta al este y al oeste en realidades casi antagónicas.

En estos 285 kilómetros que recorremos en el estado de Texas, hay un polvo de memoria inquieto, que al golpe de calor, nos deja ver a lo lejos, el espejismo humano de los tiempos.




La mirada acostumbrada a la roca, al colérico polvo, al seco latido del vacío que como ave de rapiña lanza su vuelo a la llanura, a ese territorio que se esculpe de nada, de vientres lisos, dónde las fronteras no se alcanzan de tan lejanas. Aquí, donde la curvatura de la tierra parece falsa, donde los sonidos viajan y nunca más regresan. Aquí, el vértigo es del plano que se expande, aquí las líneas son ciegas, se las traga la pastura. Aquí, la luz se expande infinita, informe y sólo cuando el sol nace o se oculta volvemos a saber de su nacencia.
Aquí, la intimidad es derrotada con tanto jadeo de planicie y la pegajosa lengua de los bueyes marca el ritmo de las horas. Aquí las paredes son del aire y el rumbo del ferrocarril es el único destino.
Aquí, todo es amarillo, las flores, el aliento, la distancia y la pubertad del verde se muere rumiante en las barrigas.
Temporal del amarillo por aquí pasamos como si fuéramos cuchillo a medio día.

Sergio Astorga