lunes, 27 de octubre de 2008

Graciela Iturbide


Diminuta, mujer de ojos inmensos, de miradas instantáneas sin edad en el blanco y negro contadas. Huella y testimonio de semblantes mas que rostros, de ríos de tristezas en la algarabía de ver. Mirar y mirarse y reconocerse en el espejo de siempre. “A través de la gente y la cultura de México me encuentro” dice Iturbide con esa fiebre de hormiga por atrapar la imagen, detenerla en su camino y abrirla al campo llano de la poesía como mazorca.
Graciela Iturbide recibió el premio Hasselblad uno de los más prestigiosos premios de fotografía en el mundo; dotado de 500 mil coronas (63 mil quebrados dólares) y una medalla de oro. La Fundación Hasselblad fue creada en 1978 como legado de Erna y Víctor Hasselblad, inventor del sistema de las cámaras que se comercializan con su apellido.
Nacida en la Ciudad de México en 1942, hija mayor de trece hermanos llegó a la fotografía después de enfrentar el dolor de perder a uno de sus hijos de seis años en 1970, dolor que marca su visión y encuadre de sus imágenes.
Estudió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos en la Universidad Nacional Autónoma de México donde conoció a su mentor y querido maestro el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo (1902-2002).
La influencia de Álvarez Bravo, Josef Koudelka, Henri Cartier-Breson, Sebastiao Salgado es fundamental para lograr su manera de captar, percibir, representar, denunciar la imagen que su ojo captura. La ciudad de México, el mundo indígena y mestizo, ya Juchitán, en Oaxaca, ya Chihuahua; el mundo chicano en Estados Unidos, Argentina, Panamá y ahora Mozambique están marcados ya por su noche de luz.
“…creo que lo que está oculto en la foto es una revelación de lo que está oculto en el fotógrafo” afirma categórica en el banco de lo negro de Graciela Iturbide.
Este espacio que tiene en sus estantes la tri x pan 400 24-135 se une a las felicitaciones que recibirá y que aquí solo podemos hacerle una instantánea 5x4. Pobres pero dignos.
Así es el abarrote.
Sergio Astorga
Graciela Iturbide, Roma 2007. Foto: Marco Delogu